INFOBAE.COM – Por: Cinthia Ruth – – Mirta dio a luz el 14 de agosto de 1971 en el Hospital Municipal de Pilar, provincia de Buenos Aires. Mientras los medios y la sociedad hablaban de un hecho “extraordinario” en esa época, detrás se ocultaba lo peor: un abuso sexual infantil del cual todos guardaron silencio
Lo más perturbador es que los diarios de la época, lo cubrieron con tono celebratorio, hablando de “milagro de la vida” y “maternidad sublime”. Lo que se omitió deliberadamente fue lo evidente: la menor había sido víctima de abuso sexual infantil.
“Es un muñeco para una madre tierna e inocente que es, también, una muñeca. El suceso, asombroso, conmueve precisamente porque es como un milagro palpitando en el corazón de ella, sin comprender la grandeza del suceso: le ha dado al Mundo un hombre. Bendita sea”, había publicado el diario Crónica.
Mirta había nacido en Misiones y, poco antes de cumplir diez años, se había mudado junto a su madre y hermanos a una vivienda precaria del barrio Santa Teresa, en las afueras del partido bonaerense de Pilar. Según los cálculos médicos, el abuso que derivó en el embarazo había ocurrido en su provincia natal.
El diario Crónica directamente sentenció: “No interesan las circunstancias que dieron origen al nacimiento”, en una frase que resume la forma en que se ocultaba la violencia detrás de un relato de ternura y “prodigio maternal”.
Su madre la describía como “una chica normal, muy obediente”, que siempre la ayudaba en su casa “barriendo y haciendo los mandados”. También decía que “tenía un buen promedio en la escuela y que era una excelente niña”. De hecho, también evitaba hablar del delito del que había sido víctima su hija.
Cuando la pequeña fue llevada al hospital, los médicos inicialmente pensaron que padecía fibromas múltiples en el abdomen. Recién después de realizar estudios confirmaron lo que parecía imposible: la niña estaba embarazada.
El caso quedó bajo la atención del doctor Roberto Pezzoni, jefe del Servicio de Obstetricia del Hospital Municipal de Pilar; y del doctor Servidio Clavellés, su director. Ambos decidieron seguir el embarazo hasta el final y planificar una cesárea, ya que -según dijeron en aquel momento- el cuerpo de la menor no estaba preparado para un parto natural.
El bebé nació a las 10.30, pesó 3 kilos 100 gramos y fue llamado Ramón Marcelo, aunque algunos medios lo apodaron “Robertito” en homenaje al médico que lo trajo al mundo.
“Allí estaba él. Un muñeco de carne y hueso para una niña-madre, una morenita misionera que, sin desearlo y aún sin comprenderlo, vivió el acto más sublime de la mujer: la maternidad”, escribió el diario Crónica para celebrar el acontecimiento en lugar de denunciar el abuso.
Pocos días después del nacimiento, el bebé fue bautizado en la parroquia de Pilar. Sus padrinos fueron el propio doctor Pezzoni y la enfermera María Esther Licalsi, quienes habían asistido a la niña en la cesárea. La madre no estuvo presente en la ceremonia.
El padre José María, párroco local, no permitió la entrada de la prensa. Afuera, fotógrafos y cronistas aguardaban en la vereda. La imagen de la niña madre y del recién nacido se había convertido en un espectáculo morboso que los medios reproducían sin pudor.
Una infancia interrumpida
Tras el parto, la niña quedó bajo seguimiento médico y social. Y el diario Crónica describía su vida en el hospital con un tono casi idílico: “Mujercita-niña, Mirta pasa los días como si fueran horas de juego. Se apaga cuando la falta de sueño la vence. Se enciende cuando a su lado está su bebé. Con sus 10 años no puede tener conciencia de lo que significa su situación”.
Esa supuesta “inconsciencia infantil” era presentada como ternura, cuando en realidad mostraba la brutalidad de un sistema que naturalizaba que una niña jugara a ser madre mientras aún necesitaba que la cuidaran a ella.
Al analizar en profundidad el caso, la psicóloga Andrea Aghazarian, especialista en abuso sexual durante la infancia, remarcó: “Que los medios hayan legitimado todo lo que le hicieron a esta niña, empeora su cuadro psíquico, nadie nombra su sufrimiento, lo borran”.
El matrimonio forzado
Lo más aberrante de esta historia llegaría poco después. El padre del niño, un jujeño de 22 años llamado Néstor, logró evitar ser encarcelado por el delito de estupro y abuso sexual infantil convenciendo a la familia de casarse con Mirta cuando ella cumpliera los 12 años. Para él, lo importante no era proteger a la niña sino salvar su reputación de abusador.
“No es marido, es un violador, es un pederasta. No es matrimonio, es esclavitud. No son medios de comunicación simplemente en este caso, son medios de construcción de sentido con una línea editorial conservadora. Hoy podría ser un delito de falsedad, manipulación de datos y complicidad”, sentenció Aghazarian.
El doctor Pezzoni, que había practicado la cesárea, también tuvo un final trágico: fue asesinado durante un robo a mediados de los años ’90.
El bebé, Robertito, mantuvo un vínculo muy cercano con su madrina, la enfermera María Esther Licalsi, hasta la muerte de ella en 2016. Hoy tendría 54 años, pero sus allegados perdieron contacto con ella.
La cobertura mediática: del “milagro” al encubrimiento
El caso de Mirta muestra cómo el abuso infantil podía ser transformado en espectáculo y romantizado como maternidad precoz. Detrás de las portadas sensacionalistas había una niña que dejó de jugar para criar a un hijo, que fue obligada a casarse con su abusador y que murió joven, tras una vida marcada por la violencia y la pobreza.
No hubo titulares que hablaran de abuso, delito o violación. Se exaltó la maternidad, se idealizó el sufrimiento y se invisibilizó por completo al agresor. La sociedad prefirió ver un “acto sublime” en lo que era, en realidad, una tragedia.
“Actualmente, la maniobra consiste en quitarle al invento del ‘síndrome de alienación parental’ la palabra ‘síndrome’ —ya que se probó que no existe como tal— y dejarlo solo como ‘alienación parental’, para seguir utilizándolo en defensa de los abusadores”, advirtió la profesional.
Si un caso así ocurriera en la actualidad, la cobertura mediática sería radicalmente distinta y la sociedad exigiría justicia por esa infancia interrumpida. El Estado intervendría para proteger a la niña, se abriría una causa judicial contra el abusador, y los organismos de niñez y derechos humanos denunciarían la vulneración extrema de sus derechos.
“A pesar de que vivimos en una época de imágenes, siguen siendo las palabras las que generan sentido en una sociedad. Y los medios lo saben. Nosotros, los psicoanalistas, también. Por eso, es importante nombrar los sufrimientos para visibilizarlos y darles tratamiento. Hay sectores que aún insisten en negar lo evidente, y cuando no lo consiguen, lo renombran. Y eso es lo peligroso”, concluyó la Licenciada Aghazarian.