LA TERRIBLE HISTORIA DE LA MUJER QUE USÓ DE PANTALLA SU HELADERÍA PARA MATAR Y DESCUARTIZAR A SU MARIDO Y A SU AMANTE

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PorMariano Jasovich  –  Estibaliz Carranza había escondido los cuerpos en su local de Viena, Austria. El hallazgo de los cuerpos y el testimonio de la asesina

Lo primero que sintieron los policías cuando entraron a la heladería de Viena, Austria, fue una ráfaga de aroma a vainilla y azúcar quemada que flotaba en el aire. La multitud en la calle aún no conocía el horror escondido en el sótano de la heladería de Estibaliz Carranza. La dueña del negocio, una joven española de modales suaves, había ocultado en congeladores los restos desmembrados de dos hombres durante años.

La prensa la apodó, sin demora y con morbo, la “asesina del helado”. La pregunta ahora era otra: ¿cómo pudo una figura tan anodina convertirse en protagonista de uno de los crímenes más estremecedores de Austria?

Dos cuerpos escondidos en un sótano de Viena

Las paredes de la heladería parecían ajenas al crimen. Nadie, ni los empleados más antiguos, supieron dar señales del olor, el silencio opresivo o las visitas solitarias de su jefa al subterráneo. La investigación comenzó con la denuncia de obreros de la construcción, que se quejaron de un fuerte hedor proveniente del sótano. Cuando las autoridades, desenterraron las cajas metálicas, encontraron dentro los restos de dos cuerpos masculinos, cortados y envueltos en film para alimentos, ocultos bajo capas de cemento.
La fachada del local deLa fachada del local de Estibaliz en Viena, Austria

Uno era Holger Holz, un alemán que había administrado la heladería junto a Estibaliz Carranza, y el otro, Manfred Hinterberger, su exmarido, un hombre de negocios austriaco. Ambos habían desaparecido de la vida pública sin dejar mayor rastro. La policía de Austria había archivado los casos como desapariciones sin resolución

—¿Hace cuánto tiempo estaban aquí? —preguntó el comisario principal.

—No sabría decirlo, señor —balbuceó el agente, tapándose la boca y luchando contra el asco que le generaba la escena—. La mezcla de cemento y tierra conservaron en buen estado los cuerpos.

Desde prisión, Estibaliz escribió unDesde prisión, Estibaliz escribió un libro para en los que intenta explicar sus crímenes

Los médicos forenses determinaron más tarde que el primer cuerpo llevaba cerca de ocho años bajo tierra. El segundo, poco más de dos.

Una infancia entre México, España

Estibaliz Carranza Zabala nació en 1978 en Ciudad de México, y después de solo unos años, su familia se trasladó a Barcelona. Sus primeros recuerdos, según relató, fueron de una casa en la que su padre, un odontólogo vasco, era rígido y distante. “Papá era perfeccionista, todo se movía a su ritmo. Mamá se desvivía por agradarlo”, escribió años más tarde en “Mi vida, mi verdad”, el libro en el que intentó lavar sus culpas.

Siempre destacaba en los estudios, pero sufría episodios de ansiedad ante cada mínimo fracaso. Aquella niñez, sin caricias, hizo brotar en ella una necesidad feroz de aprobación. La joven Carranza buscó ahogar sus carencias y vacíos con el exotismo de Alemania y luego Austria, donde acabó instalándose en Viena con Hinterberger. Tenía apenas veintidós años. Había conocido a otro solitario, un hombre catorce años mayor, inflexible y adicto a los videojuegos. El destino había juntado dos soledades.

“Siempre pensé que no era realmente importante para nadie. Yo solo estaba allí, invisible, útil a veces, un error si fallaba”, escribiría más tarde en prisión.

Estibaliz mató a su maridoEstibaliz mató a su marido y a su amante con el mismo modus operandi macabro

El matrimonio imposible

Manfred Hinterberger pronto se transformó en un amor tóxico para la mujer. Controlaba su dinero, sus horarios y sus amistades. “La heladería era suya, yo solo la atendía”, confesó ella ante los policías. Mientras, él se sumía en jornadas enteras frente a la computadora, obsesionado con el control de las finanzas pero incapaz de una caricia o una palabra amable.

La convivencia, áspera y sin tregua, derivó en peleas constantes. Viena era la ciudad de las oportunidades, pero para Carranza era una jaula. La relación sexualmente frustrante, la dinámica de humillaciones y el silencio, avanzaron. Así lo describió ante la corte:

—No podía salir sola, no podía gastar nada. Si hablaba, él reía. Cuando gritaba, él me ignoraba.

Intentó por todos los medios ajustar su personalidad, agradar por fin. Cumplía con las tareas domésticas, la administración del local y la sonrisa ante los clientes. Pero el resentimiento crecía en el matrimonio.

Estibaliz decía que su maridoEstibaliz decía que su marido se había ido de viaje a la India

“Me sentía como una prisionera, con las ventanas cerradas y la caja registradora como única compañía. Hasta que llegó Holger y noté por primera vez la tentación de rebelarme”.

El amante, una segunda prisión

Holger Holz llegó a la vida de Estibaliz Carranza convertido en proveedor y escape. Era alemán, callado, trabajador. Se enamoró de ella en la trastienda mientras los helados se batían en la máquina. Respondía a la atención que no recibía del marido. El salto al adulterio no trajo la libertad esperada. Holger se transformó rápidamente en un duplicado de Manfred. Carranza quedó atrapada en una doble tenaza. Intentó separarse, pero cada nuevo conflicto solo renovaba el miedo.

—La señora Carranza se veía agotada, nerviosa —describió una vecina a El País—. Pregunté una vez por el dueño original y sonrió extrañamente, diciendo que ‘estaba de viaje’.

A medida que su vida personal se desmoronaba, Carranza pulió su arte de la simulación. Llevaba adelante la heladería y acudía a curso tras curso de desarrollo personal. Los informes forenses más tarde hablaron de una personalidad límite, con dependencia afectiva, tendencia a la sumisión y arrebatos de rabia sostenida. “Me sentía cada vez menos capaz de huir, menos digna de amor”, reconoció. Cuando recibió el diagnóstico de incapacidad emocional, apenas parpadeó.

Estibaliz Carranza fue condenada aEstibaliz Carranza fue condenada a cadena perpetua

El asesinato de Hinterberger: “Vi una ventana abierta”

La mañana del 21 de abril de 2008 llegó con una noticia sucinta: Hinterberger dormía en el piso superior, exhausto. Carranza, que ya había fantaseado con pasar ese límite moral, subió en silencio. Llevaba en las manos una pistola comprada en forma ilegal.

—¡Estibaliz, ¿qué haces?! —gimió Hinterberger, mientras intentaba despertarse.

—Quiero que pares, solo un día… —respondió ella, con voz rota.

El disparo fue seco, casi mudo. Lo envolvió en mantas y lo bajó al sótano. En la soledad del subterráneo, lo desmembró con una sierra eléctrica. El sonido se confundía con el del congelador industrial de la heladería.

“Me vi dentro de un túnel, como si mi vida fuera la de otro”, confesó durante el interrogatorio.

Tomó piezas del cuerpo y las sepultó entre cemento fresco, junto al motor de la máquina de helados. Enterró luego el arma homicida en el Parque Stadtpark, a doce paradas de tranvía del local.

El crimen pasó inadvertido. Cuando los clientes preguntaban, Carranza respondía: “Mi esposo se fue a la India, está buscando respuestas y meditación”. Nadie puso reparos.

Estibaliz también asesinó a suEstibaliz también asesinó a su amante alemán

La relación que llevó al segundo crimen

En 2010, Holger le pidió un hijo y ella, harta del chantaje emocional, decidió poner fin a la nueva relación. “Tienes que dejarme vivir o tendré que hacerlo por mí misma”, le advirtió en una discusión.

—¿Tú quieres que desaparezca como tu marido? —la provocó Holger.

—Quizá eso es exactamente lo que quiero.

Esa noche, Holger cayó abatido mientras dormía en el estrecho colchón del cuarto trasero.

El método fue el mismo. Un disparo certero, la bajada al sótano, la sierra y el cemento. El frío industrial de la heladería volvió a tragarse los secretos.

“Nunca me sentí tan separada del mundo. El silencio después del segundo crimen fue más denso, más espeso que la culpa”, recordaría ante el Tribunal.

En 2011, los obreros contratados por Carranza para una remodelación descubrieron el hedor desgarrador y avisaron a la policía. Los cuerpos emergieron a la luz.

Estibaliz sigue presa en unaEstibaliz sigue presa en una cárcel de Viena, Austria

El arresto en Italia: confesión y maternidad inesperada

El relato de la fuga de Carranza parece extraído de una novela gótica. Tras el hallazgo de los cuerpos, escapó a Italia en compañía de un nuevo amante, un hombre de origen turco. Los rumores apuntaban a que esperaba un hijo suyo.

No duró mucho su huida. En la pequeña ciudad de Udine, la policía italiana la capturó tras una orden internacional. Carranza confesó todo, casi con alivio, como si se quitara de encima el miedo a ser descubierta.

En el interrogatorio, la escena tomó tonos surrealistas:

—No quise matarlos. No estaba en mí la muerte. No era el odio, era el cansancio —murmuró Carranza, con la voz quebrada.

El policía la miró detenidamente:

—Pero los mató, señora Carranza. ¿Qué sintió después?

—No Sentí nada —respondió, con los ojos fijos en el suelo—. Solo frío.

La prensa de Austria y España convirtió pronto a Estibaliz Carranza en una figura de obsesión: la “Ice Cream Killer”, la “Lady of Ice”, la “asesina del helado”. Los titulares cruzaron fronteras, resonaban en Alemania y Italia.

Durante su estancia en la cárcel, dio a luz a su hijo. Según los informes, el niño fue entregado al padre y su custodia supervisada por los servicios sociales.

El juicio y la búsqueda de sentido

El juicio en Viena atrajo la atención de medios de toda Europa. El fiscal acusó a Carranza de premeditación y extrema crueldad al tratar los cuerpos de sus víctimas. Los expertos en salud mental presentados por la defensa argumentaron que padecía un trastorno mixto de personalidad con rasgos de dependencia y narcisismo, acentuado por traumas infantiles.

El veredicto fue contundente. La sentenciaron a cadena perpetua, con la posibilidad de tratamiento en un centro psiquiátrico de máxima seguridad.

Las palabras de la acusada resonaron frías en la sala:

—No soy un monstruo. Cada día tengo que reconstruir lo que queda de mí.

Durante la fase final del proceso, la abogada de la defensa leyó una carta enviada por Carranza a los padres de sus víctimas. Su tono era ambiguo, pendulaba entre la petición de perdón y el lamento narcótico de impotencia vital. “He querido amar, pero solo he aprendido a esconderme”, decía.

La vida en el penal y el mito construido desde el frío

Actualmente, Carranza permanece internada en la penitenciaría de Asten, considerada una interna peligrosa por la Justicia de Austria. Escribió una autobiografía titulada “Mi vida, mi verdad”, en la que reinterpreta su historia, reparte culpas, hace inventario de sus pasos perdidos y se describe como víctima tanto de sus relaciones como de su propio carácter. “He llamado monstruos a los hombres que maté, pero el verdadero monstruo es el pánico de verse sola”, sentencia en sus páginas.

Las víctimas —Holger y Manfred— se convirtieron en datos en expedientes, en nombres lejanos marcados por una huella de fatalidad. Las familias supieron del destino de sus hijos, años después, por cartas oficiales.

“Lo único real es lo que se pudre lejos de la vista —escribió Carranza en prisión—. Desde aquí, cada día es una eternidad fría”.

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