TITO LOPEZ BELTRÁN: MEMORIA VIVA DEL DEPORTE GOYANO

0
21

Nota: Ramón Cavalieri    — La mañana había amanecido gélida, nublada, con algo de niebla. Esos amaneceres que invitan a la mente a pasear por los senderos de los recuerdos, de tiempos vividos. Comienzan a desfilar nombres y momentos que marcaron la historia de nuestra ciudad. Uno de esos nombres se impone con fuerza: Tito López Beltrán.

Sabía que vivía en la cercana Colonia Carolina. No lo dudé. Tomé el vehículo y emprendí ese viaje breve, acompañado por alguna melodía ochentosa que, de algún modo, me preparaba para lo que estaba por vivir.
Al llegar al pequeño pueblo, pregunté a dos personas mayores por su domicilio, pero para mi sorpresa no lo conocían. Sin desanimarme, vi a una joven barriendo un amplio patio campero y volví a intentar, con pocas expectativas. Para mi sorpresa, la niña me indicó con seguridad dónde vivía Tito.
Me recibió su esposa: una mujer dulce, amable, de presencia serena y bien conservada. Me guió hasta el patio delantero, y luego me indicó una puerta que daba directamente a la cocina. Allí estaba él, Tito, sentado en su silla de ruedas, tomando los primeros mates del día que su esposa le cebaba. Me presenté, le recordé mi nombre. Y mi asombro fue total cuando, con una sonrisa, me dijo que se acordaba perfectamente de mí.
La conversación fluyó durante más de una hora. Tito tiene una memoria prodigiosa. Recordaba con más claridad que yo mismo muchos pasajes de su vida y de la historia deportiva de Goya.
Tito fue un ícono del deporte goyano. Uno de los pocos que vistió los colores de Huracán en fútbol y A.M.A.D. en básquet. En Huracán, con la cinta de capitán; líder absoluto. En A.M.A.D., un base admirable, integrante de aquel equipo glorioso donde brillaban los hermanos Lacava, entre otros.
Periodista: ¿Te acordás, Tito, de aquel partido con Juventud Unida, donde Huracán ya no tenía chances? Si ganaba Unida, era campeón. Pero si empataba o perdía, el título era para Matienzo. El árbitro cobró un penal para Huracán…
Tito (sonríe): “Sí, nos peleábamos para tirarlo afuera” (ríe). “Esos árbitros eran medio vendidos. Los traían de Resistencia y los esperaban en la terminal los dirigentes” (vuelve a reír).
Periodista: El fútbol era bravo en ese entonces…
Tito: “Sí, nada que ver con lo de ahora. Me acuerdo el último partido que fui a ver: jugaba Libertad” —dice, refiriéndose a un equipo que ya no existe hace más de veinte años—. “En ese partido con Unida nos convenía que gane porque después venía el cuadrangular, pero nos ganaron igual”.
Periodista: Jugabas en el medio. Tu estilo me recuerda a Passarella…
Tito: “Sí, en el medio. Yo hacía correr a los wines: Colman y el ‘Gringo’ Valenzuela”.
El mate sigue circulando. Tito tiene dificultad para acertar con la bombilla. La ceguera total en un ojo y un 40% de visión funcional en el otro no le impiden seguir el ritmo del relato.
Tito: “Jugué un año a préstamo en Juventud Unida”. Entonces hace especial mención a Carlos Moudry, a quien recuerda como una gran persona y talentoso futbolista: “Se fue al Lobo Jujeño y a Patronato. Le hizo un gol a Gatti de tiro libre”.
Periodista: ¿Y el básquet? ¿Cómo fue tu paso por A.M.A.D.?
Tito: “En A.G.D.A. había un grupo de mujeres que no me querían, no podía ni pasar por ahí. Vivían cerca del club y yo también. Me decían ‘Poncho Yeré’, porque primero jugué en A.G.D.A.” (ríe y queda pensativo).
Periodista: ¿Te acordás del partido entre Unión y A.M.A.D., cuando suspendieron de por vida al “Chancho” Lacava?
Tito: “Claro que me acuerdo. Después vinimos a jugar en Norteña. El que se salvó en ese partido fue Roberto Lacava y el ‘Negrito’ Revoledo”.
De pronto, interrumpe la charla, gira la cabeza y, sin mirar, le dice a su esposa: “Dame un pucho”, en tono de súplica secreta. No lo consigue.
Periodista: Vos fuiste mi profesor de Educación Física. ¿Te acordás?
Tito: “Sí, les daba clase al lado de Matienzo” (el gimnasio escolar).
Periodista: ¿Y lo de tu vista?
Tito: “Glaucoma. Me lo detectó el Dr. Romero Artaza cuando yo era cajero del banco. Me vio girar la cabeza para mirar bien y me dijo: ‘Mañana andá a verme’”.
Periodista: ¿Así fue?
Tito: “Sí. Fue al banco un día con una cola larguísima, solo para observarme. Yo tenía confianza con él. Me dijo: ‘Che pelot…, andá a verme’. Fui esa misma tarde. Me dijo: ‘Vos no podés trabajar más’. En casa central no me creyeron, me mandaron a una junta médica a Resistencia. De ahí a Buenos Aires, donde estuve internado tres meses”.
Interrumpe de nuevo:
Tito: “¿No te molesta si fumo un pucho?”. Cuando le digo que no, insiste con su esposa: “Traeme un pucho”. Luego de varios intentos, lo consigue.
Vuelve a hablar de básquet:
Tito: “Al que no pudimos parar nunca fue al Negro Árnica. Nos hizo 42 puntos. Me mandaron a mí a marcarlo porque era buen defensor, pero ni yo ni Enrique Vassel pudimos con él”.
Periodista: ¿Jugaste con el “Loro” Ortiz?
Tito: “No, porque cuando él empezó con su negocio dejó de jugar. Yo ocupé su lugar” —dice, apoyado en una memoria increíble.
Vuelve a pedir: “Otro pucho, por favor”. No lo consigue, pero cambia el pedido: “Entonces dame la pastilla que tengo que tomar”.
Tito: “Otro gran jugador con el que compartí cancha fue el ‘Vizcacha’ Raúl Lencina. Pobre, murió muy joven”.
Periodista: Sí, pobre. ¿Qué le pasó?
Tito: “Fue mala praxis. Le dejaron una herida sin tratar y se le generó una infección generalizada”.
Periodista: ¿Y el equipo de San Antonio?
Tito: “Uf, no quería jugar contra ellos, corrían mucho y te pateaban mal. Venía el padre Santajuliana y me pedía que juegue igual. Después estaba Santa Rosa, que tenía a Poroto Zini. Matienzo se lo llevó”.
Una pitada. Un mate. Otra anécdota.
Periodista: ¿Te acordás cuando vino Boca a jugar a Goya?
Tito (interrumpe con entusiasmo): “¡Sí! Fue cuando se inauguró el Hotel de Turismo. Ahí se alojaron. Vino Roma, el arquero titular, y Sánchez, el suplente. Me levanté temprano para ir a ver esos físicos impresionantes. También estaba Marzolini”.
Durante el diálogo, imposible de transcribir completo, Tito recuerda personajes entrañables de Goya: Pocho Ferreira, Antonio Villarreal, Nico Salas, y muchos más. Habla también de su padre, de las penurias económicas de la infancia. De su niñez en Oberá, Misiones, y cómo vino a Goya a vivir con su abuela, empujado por su padre para estudiar magisterio: “Eso nunca te va a dejar sin trabajo”, le dijo.
El próximo 19 de julio, Tito cumplirá 83 años. Un hombre que no debería ser olvidado. Sería una hermosa oportunidad para que quienes lo conocieron digan “presente”. Él está allí, en Carolina. Lo acompaña su esposa. El silencio y la oscuridad que lo rodean merecen ser reemplazados por el bullicio de los amigos, por voces que le digan que aún está, que aún importa.
Tito tiene una memoria lúcida, envidiable. Alzo mi termo y mi mate. Me despido con un abrazo. Me dice:
Tito: “Gracias, Ramoncito”.
Periodista: ¡Te acordaste de mi nombre!
Tito: “¿Cómo no me voy a acordar?”.
Al salir, veo una gran parrilla cubierta de objetos. Parece olvidada. Vuelvo, abro la puerta y le digo:
Periodista: Tito, esta parrilla está abandonada…
Tito: “Y bueno… humo, aunque sea, vamos a hacer”.