Por: Ernesto Tenembaum – – Ayer han caído varios mitos. Uno, la idea de que Milei es invencible. Otro, que el peronismo había muerto: resulta que ahora aparece más vital que nunca. El Gobierno deberá cambiar y rápido. Si eso no ocurre, vendrán tiempos muy agitados
El sábado pasado, pocas horas antes de la elección de ayer, Federico Sturzenegger tuiteó: “En cualquier país, un gobierno que en menos de dos años saca a 12 millones de personas de la pobreza, baja la inflación de 25% por mes a 1,5%, que tiene la economía creciendo al 6% y las exportaciones al 5%, ganaría caminando cualquier elección. Pero esto es Argentina y por eso necesitamos tu voto este domingo. VLLC!”.
Se trata de un tweet interesantísimo en varios aspectos. En principio, es sorprendente la manera en que se refiere a la Argentina como un país anómalo, irracional en comparación con “cualquier país”. Nadie que valore a la sociedad en la que vive se expresa de esa manera. Pero es lo que, evidentemente, él cree: que se trata de una sociedad rara, inferior.
Refleja, además, un desconocimiento de cómo funciona el mundo: ¿Con qué país racional comparará? En segundo lugar, llama la atención la manera en que recorta, sesga y miente con las cifras: oculta algunas, tritura otras. Pero, sobre todo, lo que sobresale es una disociación muy fuerte entre lo que él, desde vaya a saber qué lugar, cree que sucede con la gente y la manera en que la gente se siente.
El resultado electoral admite, como siempre, muchas interpretaciones. Pero hay una que se impone de cajón: evidentemente, la desaceleración de la inflación no alcanza, apostar todo a ese solo elemento es insuficiente. No alcanza a compensar tantas otras cosas que pasaron en estos dos años: la caída del salario real, la caída de las jubilaciones, la reducción del subsidio a los medicamentos para jubilados, las agresiones a los discapacitados, los insultos, los escraches, las persecuciones, la homofobia, el odio al periodismo, los recortes al Garrahan, la corrupción cada vez más escandalosa y un estilo pendenciero, fanfa como si, de repente, en un país tan dolido, un grupo de iluminados se creyera con derecho a insultar a cualquier disidente. Milei ha agredido a muchísima gente, de Lali Espósito a Ian Moche a quien se quiera imaginar. A Axel Kicillof le dijo “enano comunista”, “burro eunuco”. ¿Por qué? ¿Con qué derecho? Evidentemente no era un derecho aceptado por mucha gente.
Así las cosas, ayer han caído varios mitos. Uno, la idea de que Milei es invencible. Como se ve, todo lo contrario. Su imagen no era la de un líder indiscutible sino más bien de alguien que estaba siendo sometido a un examen muy duro. Ahora se revela frágil, quebradiza, evanescente. Otro de los mitos era que Milei había producido un cambio cultural en la Argentina, según el cual la gente estaba dispuesta a sufrir hasta que finalmente llegaran los buenos tiempos. Bueno, tampoco. Y otro más: que el peronismo había muerto. A la vuelta del camino, resulta que el peronismo aparece más vital que nunca, solo dos años después de haber dejado el gobierno en medio de una inflación terrible, dividido, sin líderes, atontado. ¿Qué fue lo que lo trajo de vuelta? Milei, Sturzenegger, Caputo y todos ellos, claro. Pero sería injusto reducir el problema a ellos. Hay un sector muy influyente de la sociedad que cíclicamente cree que solo habrá futuro sin el peronismo y que se ilusiona una y otra vez con su desaparición del mapa. Tal vez sea hora de que piensen que si no hay solución con el peronismo vivo, eso quiere decir que no la habrá: porque, como se ve, no muere.

Fue un domingo terrible para Milei y los suyos, como feliz para el peronismo. Mientras en el bunker de La Libertad Avanza se podía percibir el golpazo, los dirigentes peronistas se abrazaban y festejaban. Mientras tanto, Lali Espósito cantaba y bailaba en su cuarto recital frente a un estadio de Vélez repleto e inmortalizaba el número 3, en referencia a una burla ya habitual hacia la hermana del Presidente. Así de volátiles son las cosas: una demostración categórica de que nadie, ya hace bastante, puede creer que los resultados electorales duran para siempre. Mejor cuidarlos.
La próxima estación será la elección nacional de octubre. Hasta ese momento, el gobierno deberá lidiar con una situación económica muy delicada. Su endeble programa económico ha generado en las últimas semanas una demanda de dólares que crece geométricamente mientras se acaban los recursos para abastecerla. Seguramente, ese proceso se acelerará ahora. ¿Cómo evitar reinstalar el cepo o devaluar antes del 26 de octubre si la demanda crece y crece? De la respuesta a esa pregunta depende que en las nacionales el gobierno sobreviva o termine ante otra tragedia electoral.
Los dos sectores que protagonizan la pelea que desangra al gobierno tienen argumentos válidos para demostrar que la culpa es del otro. El sector de Santiago Caputo podrá argumentar que el armado electoral fue sectario y poco profesional, porque desechó la alianza con sectores de la política en función de quedarse con todo. Pero la gente de Karina Milei tiene derecho a sostener que hubo un aporte invalorable de las fuerzas del cielo con esos programas de streaming donde se pide que repartan armas para tomar el congreso, o se acusa de pedófilos a homosexuales, o se tuitean aberraciones horas antes de un proceso electoral. Las fuerzas del cielo acusan a los rosqueros y viceversa. Tal vez ambos tengan razón. La derrota fue de tal magnitud que sería tonto suscribirlo a un solo sector. Milei, Luis Caputo, Karina Milei, Santiago Caputo, Sebastián Pareja, Federico Sturzenegger, José Luis Espert, Mauricio Macri, Patricia Bullrich, el simpático gordo Dan: los nombres que explican la derrota son muchos y variados.
A lo largo de los últimos meses, el Gobierno quedó enredado en problemas políticos serios, que se manifestaron en un aislamiento parlamentario que no registra antecedentes en la historia democrática argentina; en peleas internas frívolas e incomprensibles; en escenas dramáticas protagonizadas una y otra vez por personajes raros y un tanto patéticos; en incoherencias y mala praxis económica, en problemas morales asociados a la corrupción y en un sinnúmero de conductas donde quedaba pasmada su insensibilidad ante las personas comunes que no la estaban pasando bien. La gracia de los que buscan un límite es que finalmente lo encuentran. Eso se manifestó en prácticamente todas las elecciones que se realizaron este año. Ahora habló la provincia de Buenos Aires, la que –según se dice—se hunde por culpa del peronismo. Y votó lo que votó. Si el Gobierno –y el sector social que representa—es incapaz de leer lo que ocurrió todo se va a poner peor. Tal vez sea así, aún si lo hace.
Pero el problema más serio es el económico. El Presidente ha sostenido que Luis Caputo es el mejor ministro de Economía de la historia. Pero su política ha llevado a este resultado sorprendente. Ambos han sostenido que el superávit fiscal lleva a la prosperidad. ¿Por qué entonces le votan en contra? Evidentemente, o el superávit fiscal es una mentira –como sostienen muchos economistas de la ortodoxia— o no lleva per se a la prosperidad. En cualquier caso, hay algo de la teoría que no funciona, cuando al mismo tiempo se sube la tasa de interés a cualquier lado, se regulan los encajes bancarios, se suelta el dólar, se interviene el dólar, se regula el dólar, se grita que flota el dólar y luego se lo interviene de nuevo. Pero ellos creen que están haciendo todo bien y que la culpa es de los kukas. Es evidente que deben cambiar. La pregunta es: ¿Están psicológicamente preparados para registrar que su destino no es el premio Nobel? Y, si lo están: ¿tienen capacidad técnica e intelectual para imaginar un viraje o lo único que saben es subir la tasa de interés?

La foto del peronismo aparece, mientras, más ordenada que antes de la elección. Axel Kicillof apostó al desdoblamiento y lo impuso contra la opinión de Cristina Kirchner. Esa decisión constituyó al mismo tiempo una desobediencia atípica a su jefa y una fuerte toma de riesgos. Su triunfo lo deposita en una nueva etapa para su ambición de llegar a la presidencia y, por primera vez, genera la expectativa de un kirchnerismo que no sea manejado por la familia Kirchner. Es algo raro: tal vez incluso deje de llamarse kirchnerismo. Todo el peronismo mirará ahora hacia él. “Para Axel, la conducción”, coreaban ayer en La Plata. En el escenario rodeaban al gobernador muchísimos dirigentes pero ninguno de La Cámpora. Más que eso: a su lado ubicó a Andrés Larroque, quien fue la mano derecha de Máximo Kirchner y luego lo abandonó. La política a veces consiste en apostar fuerte y esperar que los planetas se alineen. Eso hizo Kicillof. Milei, su hermana, Caputo, Sturzenegger, el gordo Dan, claro, hicieron su aporte.
¿Y ahora?
No tiene sentido pronosticar el futuro la noche de una elección. Pero parece claro que el Gobierno deberá hacer un esfuerzo enorme. Arrinconado por causas de corrupción, por un creciente descrédito internacional, por una demanda insaciable de moneda extranjera, por peleas internas interminables, y por un aislamiento político inédito, que supo conseguir solito, deberá cambiar y rápido. Si eso no ocurre, vendrán tiempos muy agitados. Para ellos, que gobiernan, y para quienes somos gobernados por ellos.